
Según el Partido Socialista, la política de congelación de sueldos de funcionarios que José María Aznar inició en cierta ocasión era profundamente “antisocial”. Pero ahora resulta que no. Ahora gobierna Zapatero, de modo que sus ministros, asesores y demás advenedizos pueden proponer las mismas medidas “antisociales”, y la opinión pública está obligada a aceptarlo. En España, ya no se trata de que una opinión sea recomendable o no, dependiendo de su posible aplicación y de sus consecuencias. Para una buena parte de la opinión ciudadana, domesticada durante años y alimentada de productos basura de fácil consumo, una idea será buena o mala dependiendo de qué persona la proponga.
Pepe Blanco no tuvo bastante con provocar la reacción social al hablar de subir impuestos a las rentas más altas, entre las que se contará la suya y las de sus compañeros, supongo. Además, ha pulsado la tecla del funcionariado. Pero este mecanismo funciona como el de un piano. Cuando alguien toca una tecla, un cable mueve un martillo que golpea una cuerda bien tensa, que en este caso es la fuerza sindical fuertemente implantada entre los propios funcionarios, de los que una significativa cantidad son enlaces sindicales y liberados que, a cambio de su sueldo, ocupan su sueldo a favor del sindicato, incluso aunque sea para escribir comentarios de lectores en periódicos digitales durante unas horas diarias.
Con los antecedentes de este gobierno, pocos se atreven a vaticinar si los sueldos de los funcionarios también sufrirán, o no, las veleidades de este Ejecutivo incapaz y desorientado, pero sí parece extraño que, ahora que Zapatero ha favorecido descaradamente a su amigo Roures, con quien quiere crear su propio grupo mediático a imagen y semejanza de Felipe González y Polanco, El Gobierno se busque otro enemigo más, como los sindicatos, con la que le puede empezar a caer, ahora que los medios del grupo PRISA han abierto la mano y permiten la crítica contra los socialistas y allegados.
Quizás Zapatero tenga muy calculada la posibilidad de que PRISA, en pleno ataque de cuernos, arrecie temporalmente sus embestidas contra el Gobierno Socialista, aunque a la postre todo vuelva a su ser habitual y el progresismo cuente con no solo uno, sino con dos grupos mediáticos que, aunque mal avenidos y a bronca diaria, estén dispuestos a mal convivir apoyando ciegamente a un partido que tiene mucho que agradecerles y a quien dichos medios también deben, flagrantes y rentables favores.
Pero tocar a los sindicatos es algo muy diferente. Ni UGT ni CCOO pueden permitirse un descontento masivo entre sus gentes, provocado por una supuesta congelación salarial que, aún, tiene mucho de “rumor para ver qué pasa”. ¿quién decía que los sindicatos no se mueven? ¿Que están domesticados e inanes frente a un gobierno incapaz de acertar con ninguna medida eficaz para defender los intereses de los trabajadores? Pues yo lo decía. Y sigo afirmándolo. Lo que sucede es que Zapatero, desde Canarias y en plenas vacaciones y por medio de uno de sus agitadores preferidos, ha removido las quietas aguas del sindicalismo español insensible e inerte ante el paro y los problemas de los ciudadanos; y el alboroto ha llegado a las orillas particulares de dichos sindicatos.
Así que Zapatero se lleva el primer aviso. Poco le han importado las anteriores quejas de quienes advertimos que la falacia de mayor imposición fiscal a las rentas altas siempre se torna en menos dinero para las clases medias. Mucho menos le preocupó el triste papel jugado por él y su gobierno, ayudados por los sindicatos vendidos, ante aquella huelga de transportistas del pasado año. Parece que nada logra alterar la ineptitud gubernamental, convertida hace mucho tiempo en línea de trabajo habitual. Pero, esta vez, Blanco y su ventrílocuo ZP, han pinchado en hueso. A los sindicatos se les subvenciona, se les quiere, se les pide cariño;; pero con los sindicatos no se juega gratis. Hasta ahí podríamos llegar.
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