Han pasado seis años desde los
atentados del 11-M en Madrid. Con estos seis años de perspectiva, podemos
asegurar ahora que el efecto de dichos atentados fue mucho mayor de lo que
podíamos suponer en aquellos días.
Las bombas que estallaron en
Madrid provocaron muerte y dolor, pero, además liberaron, como caja de Pandora,
una terrible ola de bajeza moral, revanchismo y mediocridad política como no se
había conocido en décadas.
Muchos de los que ahora gobiernan
se sirvieron de los muertos, de las víctimas, del dolor y del temor para
finalizar una campaña política que, según las encuestas de aquellos días, no
había sido suficientemente efectiva para ganar la mayoría en intención de voto.
Poco tardaron los estrategas del
PSOE en aprovechar la conmoción nacional. Declaraciones, hostigamiento a sedes
del PP, campañas de SMS y linchamiento mediático del gobierno de Aznar. Todos
conocemos el resultado inmediato. Zapatero ganó las elecciones generales y
llegó a Moncloa acompañado del equipo de gobierno más inepto – tal y como
quedaría demostrado posteriormente – que se conociera desde la ultima y
desastrosa etapa del felipismo.
Mientras los familiares y amigos
de los muertos y heridos de aquellos atentados viven todavía las consecuencias
de aquellos terribles sucesos, el resto de españoles, simpatizantes de Zapatero
o no, estamos comprobando en nuestra propia piel lo que conlleva dejarse arrastrar
por el miedo y las campañas de desinformación. La izquierda llegó al poder,
buscando desesperadamente legitimarse mediante la inculpación de Aznar y el
Partido Popular en la guerra de Irak. Desde entonces, el aislamiento
sistemático de la derecha fue uno de sus principales objetivos, junto a iniciativas
como la ampliación de la ley del aborto o el proyecto de memoria histórica
diseñado para reescribir la historia más sectariamente aún que el propio
franquismo. Como no podía suceder de otro modo, los partidos nacionalistas se
apresuraron a dar apoyo a los socialistas a cambio de seguir expoliando España
sin ningún obstáculo.
Con la llegada de la crisis
económica se puso de manifiesto la incompetencia del gobierno Zapatero para
enfrentar problemas de envergadura. Hoy España está literalmente al borde del
abismo económico, pero gracias a la maquinaria de propaganda del ejecutivo, el
país entero, su ciudadanía más bien, se conforma en sus lamentos y no es capaz
de movilizarse para exigir a sus gobernantes que estos cumplan con los
cometidos para los que se supone que llegaron al poder.
¿Y la oposición? La oposición, es
decir, el Partido Popular (no olvidemos que el resto de partidos han sido
comparsas de Zapatero para lograr cada uno sus propósitos) Tampoco ha sabido
desempeñar el papel que la historia podría haberles reservado. La derecha,
acomplejada y temerosa de enfrentarse a los tópicos que la izquierda le ha
colocado, no fue capaz de ganar las pasadas elecciones, en las que toda España
estaba ya sumida de lleno en la crisis económica, además de sufrir esta crisis
social, moral y ética que parece haberse acelerado desde aquél fatídico día de
2004. Una derecha que no tiene los arrestos necesarios para defender lo que,
hasta hace poco tiempo, defendía como principios. Una derecha que se pliega a
la corriente de descristianización y desoccidentalización de España y Europa y
que acepta la alianza de civilizaciones. Una derecha que, ya durante aquél
2004, se arrodilló ante la ilegalidad y no quiso denunciar en los tribunales
las irregularidades cometidas por la izquierda durante aquellos aciagos días de
Marzo de 2004.
Dedico estas líneas como sincero
homenaje a las víctimas del 11-M, a sus familiares y amigos. Pero también a
aquella España que, desde aquel día, inició su viaje hacia la ruina entre la
alegría y la ceguera de muchos, la codicia de no pocos, y el oscuro interés de
unos cuantos.
In Memoriam.