No descubro nada nuevo cuando
aseguro que una de las tácticas preferidas del nacionalismo es cultivar el odio
hacia sí mismo entre sus vecinos. Cuanto más consigan los nacionalistas que las
regiones circundantes estén incómodas con ellos, más argumentos tendrán estos
para presentarse como víctimas incomprendidas y aplastadas por los demás.
Una parte importante de esa
táctica de cultivo y posterior cosecha del odio es la agresión lingüística de
quienes pretenden imponer un idioma en detrimento de otro, por mucho que ese
otro sea comprendido y hablado por la totalidad de la población.
El último, y quizás mejor
ejemplo, de esta agresión lingüística es, nuevamente, lo que los nacionalistas
independentistas catalanes pretender imponer por encima del sentido común.
Añadido a los últimos episodios
de las tristemente célebres multas lingüísticas catalanas por rotular comercios
en español y a los continuos problemas que sufren niños y padres por la ausencia
del español en muchos colegios catalanes, se suma ahora una novedosa ocurrencia
de los gobernantes de la Generalidad: Obligar a sus agentes del cuerpo de
bomberos a hablar catalán, aunque éstos se dirijan a compañeros del resto de
España. Para evitar problemas de comprensión, los bomberos catalanes podrán
hacerse acompañar por intérpretes.
La imposición lingüística avanza
paso a paso, incansablemente. No hace muchas horas que hemos sabido que la TV3,
la televisión autonómica catalana, obligará a emplear el catalán como único
idioma en sus programas definitivamente. Solo se hablará español en casos
“excepcionales”. Para acompañar y reforzar tal medida, además, y también de un
modo definitivo, se evitará la palabra España y se usará, como se hace desde
hace tantos años ya, el término “estado” o “estado español”.
Iniciativas anticonstitucionales
encaminadas a coartar la libertad de los ciudadanos catalanes que, para
desgracia de muchos de sus líderes, hablan en la calle, en sus casas y en sus
trabajos, tanto español como catalán. Medidas anticonstitucionales que no parece
que vayan a ser protestadas con demasiada intensidad. En lugar de ello, los
independentistas, tan obcecados en lo suyo, desde los gobernantes hasta el
último fumador de porros y bebedor habitual con bandera de barras y estrella
roja al hombro, seguirán chillando que no existe ni la imposición ni la
persecución lingüísticas. Que todo es propaganda de la derecha heredera del
franquismo. Y habrá siempre gente dispuesta a creerles. Pero los
hechos no se pueden ocultar. Solo dejan de verlos quienes cierran sus ojos
y oídos por miedo a la dictadura nacionalista que gobierna Cataluña.