No hace mucho tiempo que el
Ayuntamiento de Zaragoza tuvo a bien homenajear y reconocer a un personaje como
Triviño, exalcalde de la ciudad, por sus
“meritos” contraídos a lo largo de su carrera política y de gestión al frente
de la ciudad.
Con situaciones como aquella, uno
cree aún en su ingenuidad, que su capacidad de sorpresa e indignación están
colmadas. O, al menos, uno piensa que los que tomaron tal iniciativa no tendrán
más ganas de seguir repartiendo premios, aunque solo sea por no hacer el ridículo
durante una larga temporada.
Si a la mayoría de los
sevillanos, por poner un ejemplo, les pareció una idiotez que su ayuntamiento
dedicase una calle a Pilar Bardem, imagínense ustedes como se sienten ahora un
buen número de zaragozanos ante la noticia, publicada ayer en la prensa local,
que anuncia la intención de las autoridades de conceder nada menos que a Felipe
González, expresidente del Gobierno de España, el Premio Aragón. Si alguien me
asegurase ahora mismo que el Vaticano fuera a premiar a Mª Antonia Iglesias con
un galardón al buen talante y capacidad de diálogo, yo no me sentiría más
sorprendido que con este reconocimiento a González.
A veces tengo mis serias dudas
sobre si los políticos en general y los gobernantes en particular asumen, no sin
cierta razón, que los ciudadanos, como masa, conformamos un todo bastante
imbécil, desmemoriado y desinteresado. No me cabe otra explicación al analizar
casos como éste, en el que el Gobierno Aragonés, coalición de Socialistas y
regionalistas que ahora gustan más de llamarse nacionalistas, va a otorgar un premio
a un presidente de gobierno que, por activa y por pasiva, no solo no hizo
apenas caso de Aragón durante sus tres nefastas legislaturas, sino que además
procuró, para no perder los favores de los nacionalistas vascos y catalanes,
que la mayor probabilidad de progreso aragonés, que era la travesía central
pirenaica hasta Francia, no se llevase a cabo para que Irún y La Junquera siguiesen siendo
las rutas de preferencia de pasajeros y mercancías. Un Felipe González que
llegó a insultar literalmente a los aragoneses, mediante ciertos tópicos,
sabedor de que el votante autóctono es prácticamente inamovible en sus
preferencias de partido, pase lo que pase. El mismo Felipe González que jamás
recibió en Moncloa a un Presidente de la Comunidad Autónoma
de Aragón no socialista.
Aragón, representado por sus
gobernantes, se supera. Que a nadie le quepa la menor duda. Empezó por
reconocer y premiar a González
Triviño y continúa ahora por alagar a González. A este paso, no tardaremos
en agasajar a la
Generalitat de Catalunya por su innegable y dedicado respeto
a la historia de la Corona
de Aragón, o a nuestro propio Presidente Autonómico Marcelino Iglesias por
fomentar el expansionismo catalán en tierras aragonesas.
Así se hacen las cosas en España.
Por eso sonrío cuando alguien habla de otros países y los califica como
“repúblicas bananeras”.