¡Gordos
no!
por
Martín Cid
Primera
parte: nuevos mitos en mi santoral.
Hoy
me desperté sin resaca (no es extraño, ya tengo el hábito adquirido). Acudí al
establecimiento habitual para tomarme un desayuno (bueno, un par de ellos) y
tomé un periódico. En su contraportada aparecía una “señorita” con muchas
curvas que, la verdad, me alegró el día, aunque mi alegría no proviniese
precisamente de sus curvas asiliconadas ni de su sonrisa playboynesca.
La
modelo de 23 años a la que hago referencia lleva por nombre Sanziana Buruiana y es la presidenta del partido de los
guapos en Rumanía (repito, por si alguien se queda con dudas o está resacoso:
Partido de los Guapos). La que llegó a ser conejita del año 2003 (lo leí en el
mismo periódico, no crean que leo esas cosas (que sí)) propone medidas
presupuestarias muy serias: multar con 10 euros por kilo que se pase del Índice
de Masa Corporal. Dícese: yo peso más o menos 500 kilos (estimado según novia) y
debería pesar 78. 500-78= 422 euros de multa. Bien, alguien dirá que la chica
no tiene cerebro. También nuestra rubia aspirante a diputada tiene algo que
decir al respecto: propone que los que hagan chistes de rubias deberían estar
en la cárcel por el mal gusto que ello supone. Para que luego digan que sólo
hay un chiste sobre rubias (el resto, según dicen, son historias reales). Y es
que esta historia real que hoy nos atañe tiene puntos de tragedia
shakesperiana: multas (también) de 100 euros a los infieles (no sé el porqué de
esta cifra, pero ella parece que lo ha tenido siempre muy claro, y no pretendo
llamar a esta política “prostituta” ni nada parecido). También veo yo muy mal
la infidelidad (sobre todo si soy yo la víctima) y también creo que el problema
con mi obesidad es un asunto que debería tratar (como reza la canción “mañana
empiezo”, que hoy no tengo ganas).
Para quien dude de la veracidad de lo que digo, que ponga en
algún buscador de fotos su santo nombre: Sanziana Buruiana. Nota para los chicos
que vivan con su mujer o pareja: procurad que ella no esté presente.
Segunda parte: maravillas de la tecnología.
El bar al que acudo normalmente tiene puesta la televisión.
Bien… cadena estatal. Programa de las mañanas de lo que sea: infartos, tos crónica,
alcoholismo, qué malo es el café y… ¡ay Dios si se te ocurre fumar! Un
presentador con bigote rompe ante la cámara una cajetilla de cigarrillos ante
la algarabía de un público entre octogenario y moribundo. Después del drama…
unas chicas (jóvenes, a saber de dónde las sacaron) bailan no sé qué canción.
Pronto se unen dos octogenarias de muslos no precisamente prietos y pronto la
orgía llega a su clímax con una recomendación publicitaria.
Tercera
parte: conclusiones (más o menos irónicas) de lo anterior.
Esta
nueva época social-demócrata cambiará los hábitos ciudadanos por unos nuevos
hábitos más sanos. Detrás de todo ello se esconde una verdad menos evidente: el
propio sistema necesita convencer a los ciudadanos de la bondad del sistema
para así hacer que entreguen sus voluntades al sistema. Esto se consigue
mediante pequeños slogans que ellos entiendan tipo “no fumes” o “come sano” o
“recicla”. La segunda fase (que ahora vivimos) consiste en, una vez
concienciados los ciudadanos de estos pequeños principios, penar al que no los
cumpla (como proponen varias “conejitas” en varios países).
La
aquiescencia para estos valores ha de ser plena o ha de ser comprendida como
absoluta por parte de los ciudadanos y es por ello que emplearemos a los medios
de comunicación con toda su fuerza. Presionaremos durante años y haremos a los
ciudadanos partícipes en nuestra causa de tal manera que sean los nuevos
social-demócratas convencidos los que se alíen con nosotros y, así, tendremos a
un nuevo proselitista que se ponga enfermo cada vez que alguien fume cerca de
él o vea a alguien tomándose una anti-democrática copa de brandy.
Alguien
dirá que nada tiene que ver la política con los hábitos alimenticios (ése tiene
razón, lo sabemos todos). Será éste el mayor engaño, ya que podremos (y un buen
social-demócrata así lo hará) llevar estos principios a conclusiones bastante
más funestas que una simple multa de 100 eurillos de nada. Y es que estar obeso
le plantea al social-demócrata una nueva vicisitud: ¿se puede quitar la patria
potestad al que cumpla con los principios de la social-democracia? El mismo
sistema nos responde desde idénticos argumentos: si un social-demócrata cría a
un social-demócrata obeso podemos (y debemos, y estamos en nuestra democrática
obligación) de quitarle a su propio hijo y así evitar que el nuevo
social-demócrata caiga en los peligros de una sociedad anterior que aún no
gozaba de los beneficios religiosos y sociales, que nuestros nuevos ídolos nos
entregaron en forma de principios cuando bajaron de la montaña (o vinieron del
gimnasio o de Marte, que lo mismo da).
Si
fuese una persona coherente y un poco chapada a la antigua les diría que no se
dejen engañar, que al final esto es una moda y que si tal que si Pascual… pero
como provengo de una época anterior y como me han clonado sucesivas veces por
técnicas que los servicios de la CIA aún no se han atrevido a reconocer… les
diré que me han puesto en el mundo para que ustedes, social-demócratas
convencidos, me consideren el mismísimo diablo: fumo, bebo y como fatal. La
única pena es que no tengo hijos y los mismos que han dicho que la bicicleta
mola, más aún que las flores en primavera, han dicho que la pena de muerte
tiene que estar prohibida. Llegará el día en que no sólo me insulten por la
calle, también llegará el día en el que me encarcelen porque no cumplo una sola
norma de las que ellos pretenden imponerme (ni la cumpliré). No pasa un solo
día en que alguien no me diga que me voy a morir si sigo así (debería
responder: y tú también, pedazo de imbécil, porque todos vamos a morir), ni un
solo día pasa en que alguien no mueva las manos ostentosamente para hacer notar
que le molesta el humo de mi pipa (y a mí tus mórbidas carnes al sol, que en el
siglo XV todos íbamos más tapaditos, me lo han chivado de la CIA), ni un solo
día sin que alguien me mire mal cuando tomo mi primera
copa a las doce (de la mañana, que ya puestos a arder en la pira…).
Si
por todos estos hábitos merezco el infierno, acepto la condena. No soy ni un
asesino ni un violador ni un genocida y, mucho me temo, que tampoco jamás
llegaré a ser nada que tenga que ver con la política ni lo políticamente
correcto.
Así,
amigos míos, hoy os digo que quién esté libre de pecado… no, que suena
demasiado religioso… mejor os digo: sed felices, que la vida son dos días y no
merece pasarsela en un flagelo constante de normas estúpidas creadas con una
sola razón: un nuevo esclavismo moral.
Ahí
queda todo esto.
Lástima
no ser rumano: votaría a la conejita ésa sin dudarlo (y es… al menos nos podríamos
reír).
Fdo
Martín
Cid, escritor (lo peor)
**Martín
Cid es autor de las novelas Ariza (ed. Alcalá, 2008), Un Siglo de Cenizas (ed.
Akrón, 2009), Los 7 Pecados de Eminescu (e-book), y del ensayo Propaganda,
Mentiras y Montaje de Atracción (ed. Akrón, 2010).
Ver más colaboraciones.
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jajaj me he reido bastante con el artículo, a ver si ponen un impuesto a la hamburguesa como para el tabaco y el alcohol
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