por
Martín Cid
Leer
los periódicos por la mañana debería estar prohibido y voy a contarles por qué:
no soy precisamente amigo de acudir al médico (en contra de las indicaciones
del Gobierno). Y es que nuestro buen paternalista Estado tiene por costumbre
crear sanas “costumbres” (y valga la redundancia) como acudir al médico por
cualquier motivo (no vaya a ser que estemos enfermos sin saberlo). Así, una
epidemia o brote que para cualquier novelista pasaría desapercibido como la
Gripe A, para los miembros de las cúpulas del Gobierno en los actuales estados
de derecho son una mina de oro propagandística. Es lo que antes se llamaba
“maniobra de distracción” y ahora política: buscar un tema que cree la
suficiente polémica para que nos olvidemos de la problemática ulterior.
Y
es que la Sanidad y los problemas sanitarios siempre se han empleado a lo largo
de la Historia para crear grandes cambios políticos.
Hoy
en España hemos tenido un buen ejemplo de este asunto: aprobar la ley del
aborto, lo que explica parcialmente mi falta de apetito esta mañana. Posteriormente,
y tras conocer la polémica noticia (estoy en contra de la ley, por si a alguien
le interesa) busco su gestación: la ley viene de la francesa, en la que una
menor de dieciséis años puede abortar sin el consentimiento de sus padres
(tiene que estar presente un adulto, eso sí, ¡qué elegantes siempre los
franceses!).
Lo
más curioso del asunto este del aborto es por tanto que la ley no es una
iniciativa de nuestro señor presidente, sino que está hecha a imitación de los
países más “avanzados”. Son las cosas de la Unión Europea y sus imposiciones
morales: ya superado el hábito de fumar, ahora podemos superar la estupidez de
la mayoría de edad.
Lo
más grave del asunto es que los estados actuales han ido un paso más allá en la
imposición moral: se ha superado incluso a los padres, que asisten ya a una
educación que, estén o no de acuerdo con ella, les es impuesta a sus hijos sin
remedio.
El
límite del surrealismo es oscuro, y ya en algunos institutos se imparten clases
sobre como… (mejor no lo pongo, que aún conservo ciertos mandamientos
narrativos clásicos como “No hablarás de Sexo en vano”) y otras “mujeres”, de
cuyos nombres prefiero no acordarme, crean un teléfono para solventar las dudas
de los maltratadores (como si tuviesen alguna).
En
estos últimos aspectos que he citado, el asunto se puede tomar con la ironía
suficiente (y necesaria), pero las labores propagandísticas han ido más allá de
lo moralmente permitido y han superado la línea de lo público para incidir con
más énfasis que nunca en la manipulación de lo privado, y no ven cortapisa
alguna para legislar lo ilegislable: la capacidad de elección del ser humano. Así,
y bajo la forma propagandística de aparente libertad (de abortar), los políticos
se erigen en dictadores de la moral de la UE.
Alguien
me comentó (JMOS) que la sacro-santa Revolución Francesa había transformado la
trinidad Padre-Hijo y Espíritu Santo en otra tríada de elementos con apariencia
revolucionaria: Libertad, Igualdad y Fraternidad. El Estado toma el papel
asignado en otros tiempos a la Iglesia y los padres y educa para el religioso
cumplimiento de las modernas leyes morales: ir al médico (ahora van a hacer que
paguemos dos veces, por cierto), dejar de fumar, ir al gimnasio, llevar una
vida consumista y, si es menester, abortar antes de la mayoría de edad.
¿Dónde
está la libertad? Lo dijo el lema revolucionario que, según algunos que
vivieron esa época era bien diferente a la expresión más tarde adoptada
(Libertad, Igualdad o Muerte).
Los
frutos del cambio hacia lo aparentemente progresista, no ocultan sino la
retorcida fórmula de derrocar las instituciones más arraigadas e imponer una
nueva moral a golpe de Decreto Ley.
Hoy
en día, y gracias a la eficiente labor de propaganda llevada a cabo desde la UE
y fielmente secundada por los lacayos de los respectivos países, se impone la
moral de la persecución y el absurdo, de la legalidad más allá de la legalidad.
Un
mundo en el que todo parece loco.
Por
muy irónicos que queramos ponernos.
Porque
jugamos con la libertad.
Porque
jugamos con la idea de la falsa igualdad.
Porque,
finalmente, la fraternidad impuesta desde los gobiernos termina en la muerte
del individuo.
Y
eso, señores, no es democracia.
**Martín
Cid es autor de “Ariza” (editorial Alcalá, 2008), “Un Siglo de Cenizas”
(editorial Akrón, 2009), Los 7 Pecados de Eminescu (e-book) y del ensayo
“Propaganda, Mentiras y Montaje de Atracción”.
0 comments:
Publicar un comentario
Cualquiera es libre de opinar aquí. Pero quien opine será responsable de sus palabras.