por
Martín Cid
Parte
I: el perrito y sus amos
La
historia la conocemos más o menos todos y se refiere a la ley de reflejo
condicionado. Dícese: si tocamos la campanilla y luego damos de comer al perro y
repetimos el comportamiento durante algún tiempo, cuando volvamos a tocar la
campanilla el perro creerá que va a venir la comida, por lo que empezará a
salivar (así está más rico, supongo).
El
pobre perro del premio Nobel se quedó con hambre ese día, de eso no cabe duda.
Ahí
quedó la cosa y, algunas generaciones caninas más tarde, fue un tal John
Broadus Watson quien formuló el conductismo, que pretendía convertir a la psicología
en una ciencia natural alejándola de todo lo que oliese a freudiano o extraño.
Porque (y contrariamente a lo que se podría pensar) el conductismo se
diferencia del mecanicismo, ya que el conductismo admite las interacciones
complejas.
Removiendo
un poco el asunto, y teniendo en cuenta que el conductismo triunfó por encima
de tipos que recetaban cocaína como Freud y otros excéntricos como Jung, la muy
moderna ciencia de la psicología se desembaraza de todo componente místico y
aparentemente superficial para lograr afirmaciones tal vez simples pero siempre
certeras.
Como
en la psicología, también tenemos al famosísimo A. Einstein expresándose muchas
veces a la manera de un gurú y construyendo constantes metáforas con sus
frases. Sí, lo llamaron el último de los físicos clásicos. Lo que estaba por
venir: lo que ahora está: tipos de ciencia: lo real.
Y
es que más allá de estas reflexiones academicistas o colegiales, lo cierto es
que la sociedad moderna, siempre a la sombra de su constante avance, ha ido
paulatinamente deshaciéndose de todo lo que no tuviese que ver con la ciencia o
de todo aquello que no sea susceptible de ser convertido en ciencia.
Parte
II: libros verdaderamente “de miedo”
Les
contaré una anécdota vital y terrorífica que me acaeció el otro día: tuve el
mal gusto de ver el libro de Segundo de Bachillerato de literatura… ni
generación del 98 ni nada que se parezca a una verdadera historia de la
literatura… un panfleto de doscientas páginas atiborradas de ilustraciones…
etiquetas en cada autor para encasillarlo en determinado movimiento que nada
tiene que ver con él (aunque no se lo crean, había leído a los autores)… un
intento realmente absurdo de politización y actualización de la literatura
española. El libro en cuestión hace un ridículo experimento de aglutinar los
autores de importancia en movimientos literarios y relacionarlos con sus correspondientes
hechos históricos como si el asunto “histórico” sirviese para dar alguna
coherencia al cúmulo de despropósitos que contenía el texto.
La
literatura se vuelve así ridícula para los alumnos del último curso de
bachillerato por querer convertir un hecho psicológico y cuasi-mágico como un
libro en un fenómeno encerrado en la probeta del intelectual fracasado y por
tratar de resolver el “problema” de que la literatura no sea una ciencia
reduciendo el comportamiento literario de los autores a mínimos comunes de
estupidez para hacer el fenómeno comprensible a los estudiantes. De esta manera
tenemos una especie de ciencia de la literatura, que ni es literatura ni es
ciencia sino un agravio pestilente hacia las figuras más representativas del
fenómeno literario.
Parte
III: del perrito y sus defecaciones
Si
los autores de semejante libro de texto tuvieron en cuenta al perrito del señor
Pávlov o no, es asunto que ni lo sé ni me importa, pero sí sus consecuencias en
un terreno que me importa y bastante. Siendo perfectamente consciente de que
los teóricos del conductismo nada han tenido que ver con la elaboración de ese
opúsculo de involución, quiero añadir y añado que someter procesos
cognoscitivos humanos complejos (como la literatura) a simples enumeraciones y
resúmenes y tonterías didácticas de toda clase y condición equivale a intentar
jugar un partido de fútbol con un cacahuete: sí, sería divertido pero no por
ello dejaría de ser la más absurda de las estupideces. Los jugadores se
pasarían los noventa minutos tratando de encontrar el cacahuete perdido (si es
que no se lo ha comido ya alguien) como los chicos de bachillerato se pueden
pasar un año entero buscando la coherencia en su libro de texto.
Al
final del encuentro, sonará el pitido del árbitro y, como estamos bien
condicionados porque ya hemos visto muchos partidos, eso significará que el
partido ha terminado y que nos podemos ir a casa o a tomar unas copas.
¿A
quién diantres le importa un cacahuete?
**Martín
Cid es autor de las novelas Ariza (ed. Alcalá, 2008), Un Siglo de Cenizas (ed.
Akrón, 2009), Los 7 Pecados de Eminescu (e-book) y del ensayo Propaganda,
Mentiras y Montaje de Atracción (ed. Akrón, 2010).
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