Apuntan las últimas encuestas que
el Partido Popular aventaja al PSOE en 10 puntos de intención de voto. Lo que
significa que el PP estaría muy cerca de alcanzar la mayoría absoluta si ahora
se celebraran elecciones generales. Bajo mi parecer, un escaso consuelo, cuando
pienso en la débil oposición que han tenido los gobiernos de Zapatero durante
los últimos años.
Quizás sea pedir demasiado, pero
los españoles deberíamos sentirnos verdaderamente preocupados no solo por la
manifiesta ineptitud del gobierno; también por la capacidad del partido de la
oposición, personificada en sus líderes, para afrontar y resolver el gravísimo
y cada vez más acuciante problema de la crisis económica. Capacidad de la que
aún no han logrado convencer a millones de ciudadanos.
El votante ciego, el
incondicional, siempre encontrará una excusa, por muy absurda que sea, para
disculpar los errores de su propio partido. Esto es un hecho incontestable.
Pero también es un hecho que los votantes españoles se han mostrado remisos,
casi siempre, a vuelcos electorales que demuestren su decepción ante un
gobierno incapaz. El mejor ejemplo de ello, como he comentado muchas veces, fue
la victoria de Aznar en 1996, llegando a la presidencia de la nación por una
diferencia tan ajustada que tuvo que gobernar en coalición con CiU para
asegurar la continuidad del proyecto económico que planeaba iniciar para
rescatar a España de la crisis económica. Un buen ejemplo porque, como muchos
podemos recordar, el Partido Socialista no perdió tantos votantes como era de
esperar, aún habiendo convertido a España en un nido de corruptos solo
comparable a la Sicilia gobernada por la mafia.
Tengo muy serias dudas de que
Mariano Rajoy, como candidato del PP a la presidencia, tenga tantos
incondicionales como suele tener la izquierda cuando ésta se moviliza. En el
Partido Socialista las disidencias se cortan rápido y de raíz, tal y como
sucedió hace dos décadas con Damborenea y su breve “Democracia Socialista”. La
excepción actual se llama Tomás Gómez; y él y sus seguidores del Partido
Socialista Madrileño aspiran a ser alternativa a la candidatura de Trinidad
Jiménez, favorita de Zapatero para enfrentarse a Esperanza Aguirre por la
presidencia de la Comunidad Autónoma de Madrid.
Sin embargo, en la derecha
representada por el Partido Popular, las disidencias se airean mucho más,
aunque esas disidencias no signifiquen necesariamente alternativas en cuanto a
liderazgo y capacidad de resolución de los problemas de España. Rajoy no es
valorado como un gran y carismático líder, ni por la mayoría de los militantes
ni simpatizantes del Partido Popular, ni por la mayoría de esos votantes que
puedan inclinar la balanza hacia la izquierda o la derecha en caso de un
resultado electoral ajustado. Esto último no lo considero culpa del partidismo
ocasional de estos votantes. Más bien me parece que la causa es el débil
planteamiento de una oposición que, durante años, se ha dejado acorralar por
las movilizaciones mediáticas de una izquierda que ha sabido rentabilizar la
guerra de Irak y los atentados del 11-M, como remedio sustitutivo del cada vez
más desgastado argumento del “origen franquista” que tantos izquierdistas
enarbolan como insulto a los populares.
En realidad, no parece que el
dato de estas últimas encuestas atraiga la atención de los ciudadanos, si me
sujeto a las opiniones que escucho en mis círculos cercanos. Parece que durante
estos días, la atención general está más enfocada hacia la próxima huelga
general convocada por los sindicatos y su más que cuestionable éxito. Una
huelga general que calienta motores con las burlas e insultos que los
sindicatos, especialmente UGT, lanzan a la cara de la derecha, de los
empresarios y de cualquiera que no esté próximo a Zapatero y su incapaz
gobierno, tal y como se plantea en los impagables guiones de los vídeos
propagandísticos que el sindicato socialista publica en Internet, para chanza
de sus acólitos y vergüenza ajena de cualquier persona inteligente.
Se mire por donde se mire, es muy
difícil albergar algo de esperanza. Una oposición que no asume el papel de
alternativa real y necesaria. Un gobierno pleno de ineptos y mentirosos
contumaces. Y unos sindicatos que ahora, como último recurso ante el miedo de
fracasar en su huelga de circo, pretenden dialogar con el mismo colectivo de
autónomos al que tradicionalmente ha ignorado. Todo esto es lo que tenemos
sobre la mesa para arreglar el desastre.
Poca cosa.
Poca cosa.
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