No nos engañemos. Por mucho que
los españoles deseemos que Gibraltar vuelva a ser español, los gibraltareños no
están por la labor. Antes se tiran al mar, que dejar de ser colonia británica.
Es cosa que yo no les reprocho. Históricamente, siempre ha pesado más poseer un
pasaporte británico que uno español.
Pero, al margen de querencias y
preferencias, la realidad es que Gibraltar es una colonia británica en
territorio español y, por tanto, una anomalía que no debería existir en
territorio europeo. Una anomalía que, a buen seguro, no se daría si el
colonizador fuera otro país con menos peso que la Gran Bretaña.
Que los gibraltareños sientan,
desde hace generaciones, un tremendo fervor patriótico por la Union Jack no
deja de ser admirable. Es la constatación de la capacidad del ser humano para
adaptarse a circunstancias completamente distintas. Supongo que si, yo fuera
uno de ellos, también estaría a favor de mantener un status internacional
semejante al que existe en la roca.
Pero debemos admitir – hasta ellos
deberían admitir – que cruzar la verja para disfrutar, como ciudadanos
europeos, una atención médica española que mejora en mucho a la que reciben
dentro de sus fronteras, es ya el colmo de la comodidad. Consultar a doctores y
obtener medicinas a cargo de la Seguridad Social española, en este caso, me
parece un acto de “piratería de bajo perfil”.
Gibraltar tiene, además, otras
ventajas. Su especial status económico y fronterizo, rayano en la delincuencia
más descarada, le facilita ser paraíso fiscal acogedor de decenas de miles de
empresas fantasma que facilitan el tráfico irregular de decenas de miles de
Euros, ante la mirada complacida de Gran Bretaña y la indiferencia del resto de
la Unión Europea.
Como cualquier persona codiciosa,
como cualquier territorio al que nadie frena sus pretensiones sobre otros, la
piratería gibraltareña ha ido elevando su límite durante los últimos tiempos. A
la falta de principios de sus gobernantes se suma el habitual mirar para otro
lado de la diplomacia de Moratinos. Ellos lo saben y se aprovechan. De modo
que, a la “anexión” y reclamación de aguas territoriales que no les pertenecen,
suman ahora las provocaciones, cada vez mayores, contra las unidades marítimas
de la Guardia Civil. Ahora ya no se trata solamente de que las lanchas rápidas
con carga de contrabando hallen refugio en la roca. Es que la propia policía
gibraltareña agrede impunemente a nuestros Guardias Civiles, que tienen la
orden del ministro Rubalcaba de no responder ni defenderse.
Así las cosas, a alguien de la
diplomacia española se le ha ocurrido
celebrar reuniones entre España y Reino Unido, tradicionalmente inútiles, para
discutir sobre la soberanía de Gibraltar, contando como tercer participante con
el gobierno gibraltareño. Reuniones que nunca sirvieron para otra cosa que no
fuera dejar en absoluto ridículo a España.
Esta última conferencia no será
diferente. Peter Caruana, el flamante primer ministro gibraltareño con más
acento andaluz que si fuera de El Aljarafe, se niega a asistir y persiste en
exigir aguas territoriales para la roca. Como siempre.
Esto es lo que pasa cuando a un
mediocre se le ponen galones. Esta vez, sí, con el beneplácito de su graciosa
majestad.
0 comments:
Publicar un comentario
Cualquiera es libre de opinar aquí. Pero quien opine será responsable de sus palabras.