Pocas pruebas en esta vida serán más
duras que el fallecimiento de un ser querido. En ocasiones, quienes marchan al
otro lado de esta vida son mayores que nosotros. El tiempo sigue su curso
natural y nuestros mayores nos dejan, pasando nosotros a ocupar su lugar,
envejeciendo y siendo los mayores de las generaciones más jóvenes.
Otras veces, una repentina enfermedad, un
accidente, cualquier hecho inesperado puede separarnos de un hijo, de un
hermano más joven, de un buen amigo. Un súbito desenlace que puede parecernos
más terrible por lo inesperado del suceso o por la corta edad del fallecido.
Dios conoce mejor que nosotros el
sufrimiento que nos aflige en esos momentos. Sabe que sentimos miedo, soledad,
desesperación. Hemos perdido a un ser querido y los sentimientos más tristes se
apoderan de nuestro ánimo. Pero hace dos mil años, Su Hijo Jesucristo rompió
las ligaduras de la muerte. Mediante Su resurrección, Él hizo posible que
podamos reunirnos con nuestros seres amados por toda la eternidad. Su
sacrificio expiatorio prendió la luz de la esperanza sobre todo ser. Él cumplió
la voluntad del Padre Celestial, dándonos la oportunidad de volver a Su
presencia, ayudándonos también a tener fe y buscar la certeza de que aquellos
que han sido separados de nosotros nos esperan al otro lado, y nos volveremos a
ver.
Un mensaje de Thomas S. Monson (1927 - 2018) Presidente de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
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