Alianza de civilizaciones

Mi querida amiga Capri me conoce bien. Sabe que, en asuntos de política, solo hay que enseñarme un poco el trapo, para que yo me lance con los cuernos por delante. Y para complacerla, ahí voy.

No puedo decir que el expresidente Aznar sea santo de mi devoción. Aunque yo estoy totalmente de acuerdo con algunas actuaciones de su gobierno durante los últimos 8 años, no tengo problema en mostrarme en absoluto desacuerdo con otros asuntos en los que estoy convencido que Aragón era el gran perdedor.

Por eso mismo, porque Aragón hubiera sido el gran perdedor, me signifiqué en contra de los dos partidos mayoritarios en nuestro país. Contra uno, porque pretendió esquilmar nuestros recursos naturales, durante la pasada legislatura, a cambio de casi nada. Contra el otro, porque pretendió hacer lo mismo cuando gobernaba nueve años atrás y también defendía un trasvase que luego atacó cuando pasó a ser oposición.

Pero en una de las cosas que siempre apoyé al expresidente Aznar fue en la política exterior y en la lucha antiterrorista; problemas nacionales más relacionados de lo que pueda parecer a simple vista.

En cuanto a esa utópica Unión Europea que muchos pretenden construir para imitar a otros y competir en su contra, me parece una entelequia de difícil realización. En Europa somos todos demasiado distintos. Tanto, que cuando hemos pretendido funcionar como una unión federada hemos hecho el más espantoso ridículo y han tenido que resolvernos los problemas desde fuera. Un ejemplo de ello fueron aquellos terribles años de guerra y matanzas indiscriminadas en bosnia y alrededores. La gran Unión Europea no fue capaz de parar aquello y tuvieron que intervenir tropas de otros países, no fuera a acabar aquél cotarro en otra confrontación internacional.

Si en otras latitudes del planeta son capaces de actuar como una federación de estados, con leyes estatales propias y leyes superiores federales que les unen, será porque tendrán un país del que sentirse orgullosos, como así lo demuestran cada vez que tienen ocasión. Aquí, en Europa, nos damos sartenazos unos a otros cada vez que alguno alza un poco la voz, quizás y precisamente por eso: porque somos muy distintos y tenemos intereses contrarios. Incluso en España corren intereses nacionalistas que defienden sus propias ideas radicales y separatistas, pero cobrando del parlamento nacional.

Hace ya un año que nuestros gobernantes nos apearon del tren que nos llevaba hacia los lugares preponderantes de los países mas desarrollados. Teníamos el apoyo de quien estaba dispuesto a apoyarnos. Habíamos conseguido casi enterrar también a ETA. Disfrutábamos de consideración en aquellas tierras que tradicionalmente nos consideraban toreros con chilaba y castañuelas. Sin manifestarme necesariamente a favor de la invasión de Irak, me sentí avergonzado al ver cómo la entonces oposición lograba arrastrar tanta gente a la calle en un ejercicio digno de cinismo político y moral. Cinismo, si, porque aún estoy esperando que movilicen a los mismos para manifestarse por de los crímenes contra la humanidad del asesino Saddam y las lapidaciones publicas en Afganistán. De eso no habla nadie. Ninguno de los de esa “progresía” a los que todo les parece bien, si les viene por la izquierda,

Pero lo que me parece el mayor de los cinismos es el discurso ese del buen talante y la alianza de civilizaciones.

El “no” de Francia, país que se halla al norte de los limites pirenaicos de San Mateo, es el globo que le ha estallado en los morros a mas de uno de los que defendían el abrazo a quien nos tiraba los camiones de fruta, nos dejaba sin cobertura de satélite en el estrecho cuando Marruecos “probaba” a estirar un poco mas la cuerda con el islote Perejil mientras el rey de algunos españoles llamaba “hermano” a Hassan. La respetable Francia que permitió durante décadas que su país fuera un santuario de ETA, donde sus asesinos estaban a salvo con solo cruzar la frontera. Esa misma Francia que ha votado no a una constitución europea porque el pueblo francés no acaba de verlo claro. El mismo pueblo francés que se movilizó contra la invasión de Irak, sin hacer lo propio acerca de la intervención militar en Costa de Marfil durante tantos años, por parte de su amado país de las libertades y de la fraternité de las narices.

La alianza de civilizaciones que promulga Zapatero estaría formada por naciones que tenemos un mínimo de principios sociales y morales, unidas a esas otras que lapidan a mujeres acusadas de adulterio, que siembran la muerte y el horror entre su propio pueblo cuando éste no sigue los principios radicales de sus propias creencias religiosas. Los que no permiten ni un templo cristiano, bajo pena de degüello, pero que piden su derecho a abrir mezquitas en Europa. Alianza de civilizaciones con los países norteafricanos que fueron también refugio y despacho de negociación de ETA, además de campo de entrenamiento. O Con los que arrestaban pescadores en aguas internacionales para forzar negociaciones. Alianza con los que envían las pateras de muerte abarrotadas de hombres, mujeres, niños y bebés, mientras sus guardias fronterizos miran otra parte. Que Alá les premie.

Tampoco acabo de comprender ese ensimismamiento tradicional de los gobiernos de izquierda españoles por Francia. Como el adolescente que se enamora de la cantante de sus sueños. La que le mira desde el póster clavado en la pared, con expresión de complicidad, para después volcarle el camión de fruta en la cabeza.

Ahora, al motor de Europa le falla un pistón. Ya veremos por donde sale el humo cuando otros también digan “no”.